Una de las mayores fuentes de inspiración para nuestras fotografías se encuentra en el cine. No en vano, conviene recordar que el Séptimo Arte es el hijo mimado de la fotografía, y que una película no es sino la sucesión de una serie de fotos que simulan una continuidad espacio temporal.
En las películas asistimos a un espectáculo en el que se nos ofrece el despliegue de todas las técnicas fotográficas de manera secuencial. Hay un prolijo estudio de la luz, hay una composición en cada plano, y hay una apertura del diafragma que guía la mirada hasta los elementos más significativos de cada escena.
Ahora bien, cuando es Stanley Kubrick el que maneja la cámara, a lo que asistimos es a un auténtico festín fotográfico.
Nada de esto debería sorprendernos si revisamos la vida y milagros del genio norteamericano: Stanley Kubrick fue un talentoso fotógrafo antes de dedicarse al cine, y es algo que se puede apreciar cuando uno se enfrenta a cintas como “El resplandor” (perdón por la traducción al castellano de los títulos), “La naranja mecánica” o “2001: una odisea en el espacio”.
Kubrick sabe lo que se hace en cada plano. Sabe qué distancia focal es la más conveniente para expresar unas determinadas emociones, y calculaba hasta la obsesión la escenografía y la iluminación de todas y cada una de las secuencias que integran sus películas.
Ahora bien, si hay una obra de Kubrick que superó todas las expectativas fotográficas, esa es sin duda Barry Lyndon.
Barry Lyndon y el objetivo más luminoso de la historia
La historia de este objetivo da para una película. Tampoco vamos a entrar en detalles, pero baste decir que su origen se remonta a la Segunda Guerra Mundial y la consiguiente Guerra Fría entre los EEUU y Rusia, y que fue desarrollado por la compañía alemana Zeiss en colaboración con la NASA para tomar fotos en el espacio.
Cómo llegó Stanley Kubrick a convencer a la agencia espacial norteamericana para que le dejase este objetivo es un misterio que nadie ha conseguido desentrañar, lo único seguro es que nos encontramos ante una lente capaz de trabajar con una apertura de f/0.7, una luminosidad que ningún otro fabricante ha conseguido aplicar a sus objetivos desde entonces.
¿Y para qué quiero yo una apertura de f/0.7?
Como bien sabréis, el diafragma de un objetivo sirve para regular la cantidad de luz que llega al sensor y para jugar con la profundidad de campo. A mayor apertura del diafragma (número F más pequeño), más desenfoque y más luz obtenemos. Y a la inversa: a menor apertura del diafragma (número F mayor), menos luz llega al sensor y más profundidad de campo tenemos.
A día de hoy, con todos los avances tecnológicos y la integración de la fotografía en el universo digital, se considera que un objetivo es luminoso cuando se mueve entre f/1.2 y f/2.8. Se trata de lentes bastante caras (con excepciones, como el 50mm f1.8) que son auténticas obras de arte a nivel tecnológico. Ahora bien, ¿para qué quería Kubrick semejante luminosidad?
Muy sencillo: para captar la luz desnuda de las velas en el interior de un castillo. No en vano, el director de cine tapió las ventanas para que ninguna luz externa incidiese en las escenas.
Concluyendo
Tampoco hay que obsesionarse con la luminosidad de los objetivos. De hecho, para hacer un retrato bien definido se aconseja emplear una apertura de diafragma entre f/4 y f/8. Ahora bien, disponer de una lente que capte mucha luz siempre nos va a dar mayores posibilidades a la hora de jugar con la profundidad de campo y de trabajar con escenas oscuras.
En cualquier caso: no os olvidéis de ver todas las películas y series que podáis y contadnos en los comentarios cuáles son las cintas que más os han llamado la atención a nivel fotográfico.
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